20 de abril de 2024

JESÚS EL SÚPER PASTOR -Domingo del Buen Pastor-

Jesús dice hoy: «Yo soy el buen pastor».

Cuando pensamos en un pastor nos parece maravilloso, idílico:

Tiene un gran corral, por en medio corre una acequia con agua abundante, el cerco es alto y firme para que no puedan ingresar los ladrones y menos el lobo.

El ganado está bien alimentado en un pasto abundante que invita a echarse en él para descansar.

Periódicamente el pastor entresaca las ovejas más robustas y hermosas para venderlas en el mercado o en la feria, y aprovechar el dinero según sus necesidades. O bien, para comerlas alegremente con sus amigos.

Ese es el buen pastor, un pastor excelente que todos admiramos.

Pero a ese no se refiere el relato del Evangelio.

Para entender el bellísimo pasaje de hoy tenemos que unir dos textos: el de este domingo y el que meditamos los días pasados en la santa misa:

+ «Yo soy el Buen Pastor».

+ «Yo soy el pan de la vida».

Jesús habla de un pastor muy especial que tiene relaciones «personales» con cada una de las ovejas:

«El buen pastor da la vida por sus ovejas».

Jesús da la vida en la cruz para que no mate el enemigo a sus ovejas. Pero, además, se da en alimento por ellas.

En su redil no hay pasto. Hay apariencia de pan y vino que se han «transubstanciado» (transformado) en su cuerpo y en su sangre.

Las ovejas se alimentan del pastor. ¡Las ovejas se comen a su pastor!

El pastor actúa por amor, un amor que respalda el Padre: «Por eso me ama mi Padre porque entrego mi vida… Nadie me la quita, la doy libremente porque tengo poder para entregarla y para recuperarla».

Jesús añade: «Conozco a mis ovejas y las mías me conocen».

Qué maravilla. Es conocimiento personal e íntimo entre el pastor y cada oveja.

Tan grande es el amor entre Jesús, pastor, y cada oveja, que recuerda el amor y conocimiento que hay en la Trinidad Santa, entre el Padre y el Hijo: «Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre».

Si es un privilegio que Jesús nos conozca, otro no menor es que las ovejas podamos conocer al Pastor seguras de que no vamos a ir a la muerte sino a la resurrección.

Aquí no es el pastor quien mata a las ovejas, sino que el Pastor da la vida por ellas.

No es, pues, un buen pastor sino un súper pastor.

Todavía más.

Frente a todas las divisiones, que surgen en el rebaño, el Pastor no se rinde: quiere unir a sus ovejas: «Y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor».

Por eso Jesús es el Buen Pastor, como Él mismo se ha llamado, pero entendiendo cómo actúa su divinidad («Yo soy») para conducirnos a la felicidad eterna.

Jesús, Buen Pastor que te encarnaste para darnos a comer tu divinidad y tu humanidad en la Eucaristía, ayúdanos a vivir de ti y que, alimentados con tu amor, encontremos la salvación para nosotros mismos y para tantos que lo necesitan.

Queremos que el mundo entero sea una gran mesa redonda donde no falte «el pan nuestro de cada día» y en la que cada uno de nosotros, acompañado personalmente por ti, podamos comer la Eucaristía.

Jesús, Buen Pastor, te pedimos para tu Iglesia pastores (sacerdotes, obispos y papas) según tu corazón, que se dejen comer por la humanidad que está hambrienta y sedienta y que no puede saciarse con nada que no seas tú.

Danos hoy pastores santos para tu Iglesia.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

13 de abril de 2024

PREDIQUEN LA CONVERSIÓN Y EL PERDÓN DE LOS PECADOS


En este domingo la liturgia nos lleva, una vez más, a la resurrección de Jesús contada por San Lucas. Se trata de aprovechar el fruto de la victoria de Jesucristo: que podamos arrepentirnos, convertirnos y comenzar a creer en su Evangelio para asegurar nuestra salvación.

  • San Pedro

El apóstol, con mucha valentía, habla a los judíos de la pasión y muerte de Jesús y del fruto que debe dar la fe en Él:

«Jesús al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato cuando había decidido soltarlo… Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos».

Muy clara la afirmación de Pedro, pero en seguida recurre a la misericordia:

«Lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo».

Después de aclarar el pecado y haber excusado, en parte, la culpa de lo hecho por las autoridades y el pueblo, Pedro los invita a la conversión:

«Por tanto, arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados».

Una valiente predicación con denuncia, pero también con invitación a la justificación.

  •  Salmo 4

Nos habla de la misericordia de Dios por encima de todo pecado. El salmista pide la luz de Dios: «Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro».

Y nos invita a confiar en su bondad hasta el punto de que «en paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo, Señor me haces vivir tranquilo».

La tranquilidad de la conciencia viene siempre de la paz que nos da la presencia de Dios.

  • San Juan

El párrafo de la primera carta del apóstol nos habla de lo mismo que San Pedro, pero enseguida aparece la ternura del amor, bebido en el corazón de Jesús por el apóstol Juan:

«Hijos míos, os escribo para que no pequéis».

Inmediatamente advierte nuestra debilidad y aclara: «Si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo, el Justo».

Jesús es víctima de propiciación para todo el mundo.

El conocimiento de Jesucristo debe manifestarse cumpliendo sus mandamientos: «Quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud».

El cumplimiento de los mandamientos de Dios, hecho por amor, asegura que conocemos de verdad a Jesús y que estamos con Él.

  • Verso aleluyático

Qué importante para la salvación es conocer la Escritura. Pidamos con la liturgia:

«Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas».

  • Evangelio

Narra la resurrección de Jesucristo según el Evangelio de San Lucas.

Empieza con la conclusión de la aparición de Jesús a los de Emaús y cómo lo conocieron al partir el pan.

Estando todos reunidos se presenta Jesús y les desea la paz. Desorientados porque no lo esperaban resucitado, se asustan pensando que es un fantasma.

Jesús, con gran caridad, les demuestra que es Él mismo, aunque glorificado.

Les mostró las manos y los pies y, para que estuvieran más seguros, les pidió algo de comer.

Comió ante ellos un trozo de pez asado y, habiéndose ganado su confianza, los lleva a descubrir su misterio de muerte y resurrección:

«Todo lo escrito en la ley de Moisés y de los profetas y los salmos acerca de mí tenía que cumplirse».

En ese momento, «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras».

Y después de hacerles comprender que tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, les dio el gran mandato:

«Que en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén».

Esta es la gran lección que todos nosotros seguimos aprendiendo, a través de los siglos, seguros de la fidelidad de la Iglesia al mandato de Jesús:

Anunciar el reino y la conversión como medios para conseguirlo.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo