27 de febrero de 2014

VIII Domingo del Tiempo ordinario, Ciclo A

LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA
Sión es como el corazón del pueblo de Israel.

La Biblia personifica y hace hablar muchas veces tanto a Jerusalén como a Sión.

Las palabras que pone en labios de la ciudad (Jerusalén) o de la ciudadela (Sión) es lo que piensa el pueblo de Israel.

Hoy Isaías recuerda esta queja del pueblo a Dios:

“Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.

Esto nos pasa muchas veces a los hombres. A veces nos quejamos del padre, de la madre y de otras personas cercanas y decimos que no nos quieren, que no se preocupan...

También nos quejamos de Dios en oportunidades duras de la vida: Dios no me quiere, no me escucha.

En el fondo nos pasa lo que a Israel, pero no es Dios el que abandona a su pueblo es éste el que abandona a Dios. Y el Señor, ayer como hoy, con su bondad infinita nos contesta: 
“¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”.

A la luz de estas palabras el salmo responsorial nos invita a confiar plenamente en Dios:

“Descansa sólo en Dios, alma mía”.

Y en ese mismo salmo (61) encontramos los motivos para ello:

“Sólo en Dios descansa mi alma porque de Él viene mi salvación. Solo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré… Él es mi esperanza…Dios es mi refugio. Pueblo suyo confía en Él. Desahoga ante Él tu corazón”.

Pero la gran revolución de la ternura de Dios llega con la encarnación del Verbo en el Nuevo Testamento. El Papa Francisco nos dice:

“El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura”.

Pero sigamos ahora con las lecturas del día.

Pablo se fía de Dios y pone en Él su confianza. No quiere que lo juzgue nadie. Ni él mismo se juzga:

“Mi juez es el Señor”.

Y en el Evangelio encontramos un verdadero poema a la paternidad de Dios.

Leyéndolo nos parece oír estas palabras de Santa Teresita al redentorista hermano Van:

“No tengas miedo a Dios, no sabe más que amar”.

Yo les invito a leer y a releer estos versículos 24 a 34 del capítulo 6 de san Mateo.

En primer lugar Jesús nos da un sabio consejo. Él conoce muy bien que los hombres andamos detrás del dinero.

Se puede decir que el dinero es el ídolo de esta sociedad corrupta que quiere alejarse de Dios.

Por eso, como buen amigo, Jesús nos advierte:

“Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro... No podéis servir a Dios y al dinero”.

Y luego nos invita a poner toda nuestra confianza en Dios cuya ternura está reflejada en este párrafo. Él quiere que vivamos como hijos pequeños que se fían plenamente de su padre. En efecto, el niño está seguro del cuidado y cariño de su padre.

“No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer o a beber ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?”.

Entonces Jesús, señalando a su público el bello paisaje de sembríos y pájaros advierte:

“Mirad a los pájaros. No siembran ni siegan ni almacenan y vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?”.

Después habla Jesús de las preocupaciones por el vestido y, señalando de nuevo el campo, les dice:

“Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan y os digo que ni Salomón en todo su poder estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?”.

Y Jesús invitándonos a entrar en los detalles de la ternura de Dios, concluye:

“Buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.

Con esto no quiere decir Jesús que debemos descuidar nuestras obligaciones y trabajo pero sí que la preocupación, es decir la primera ocupación, debe ser fiarnos de Dios y construir su reino.

Es el Papa Francisco el que en nuestro tiempo nos está invitando a fiarnos de Dios.

Son muchas las veces en que nos invita a entrar en esta revolución que ha creado en el mundo la ternura de Dios y que lejos de pensar que la ternura disminuye nuestra valentía comprendamos que es todo lo contrario, ya que no es fácil vivir el amor hasta la ternura, en un ambiente donde parece que el odio quiere dominar todo.

Terminemos meditando algunas palabras que últimamente nos ha dicho el Papa Francisco sobre la ternura que nos enseña nuestro Padre Dios:



“Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás? ¡Piensen en esto, eh!”.



“Cuando un niño tiene una pesadilla, se despierta, llorando... el papá va y le dice no tengas miedo… no tengas miedo. Yo estoy aquí, aquí. Así habla el Señor. ‘No tengas miedo, gusano de Jacob, larva de Israel'. El Señor tiene esta forma de hablar: se acerca… “Y entonces, el papá y la mamá también dicen cosas un poco ridículas al niño: '¡Mi amor, mi juguete ...' , y todas esas cosas. El Señor dice: 'Gusanito de Jacob', ' eres como un gusano para mí, una cosita pequeña, pero te quiero mucho'. Este es el lenguaje de Dios, el lenguaje del amor de padre, de madre. ¿Palabra del Señor? Si, escuchemos lo que nos dice. Pero también veamos cómo lo dice: y nosotros debemos hacer aquello que hace el Señor, hacer aquello que dice y hacerlo como lo dice: con amor, con ternura, con esa condescendencia hacia los hermanos”.

“Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

20 de febrero de 2014

VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

¿QUE YO TENGO QUE SER PERFECTO?
Como no podemos pensar que Jesús, que nos quiere tanto, nos trate con ironía, quizá podemos pensar que aquel día Jesús estaba de buen humor y les dijo a los apóstoles “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

- ¿Yo perfecto?

- ¿Y tú también?

Y no sólo eso, sino que además, dice: “perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

O sea que Jesús te pide que te parezcas a Dios.

Bueno pues, así está en el Evangelio, según nuestro compañero de viaje de este ciclo A, san Mateo. 

Pero no es la única vez que aparece esta idea en la Biblia.

Más bien, nos lleva incluso a pensar en el mismísimo Abraham a quien Dios parece que le adelantó las palabras del Evangelio (Gn 17,2): 

“Yo soy Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto”.

El Levítico nos pide también: 

“Porque yo soy el Señor, vuestro Dios; santificaos y sed santos pues yo soy santo” (11,44).

O ésta: “Sed santos porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo” (19,2).

O esta otra llamada a la santidad: 

“Sed para mí santos porque yo, el Señor, soy santo y os he separado de los demás pueblos para que seáis míos” (20, 26).

Pero no queda eso ahí, ya que san Pedro (1P 15,16), recogiendo las palabras del Levítico, nos dice:

“Lo mismo que es Santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos porque yo soy Santo”.

He querido recoger estos textos para ayudarte a entender mejor qué es lo que quiere Dios de cada uno de nosotros precisamente porque nos ama. 

Ya que estamos tratando este tema, te invito a leer el capítulo 5 del documento del Vaticano II, Lumen Gentium (42) y allí encontrarás algo que suena bastante fuerte y práctico:

“Quedan, pues, invitados y aún obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado”.

Y antes de seguir adelante, te aconsejo, según lo que acabas de leer que, si estás casado no pienses qué harías tú si fueras religioso y si eres religioso o sacerdote, no te ilusiones pensando qué harías si fueras laico. Cumple más bien lo que corresponde según tu propio estado de vida.

Pablo, por su parte, en la carta a los Corintios, nos invita a vivir santamente recordándonos que Dios va dentro de nosotros y ésa es nuestra fortaleza: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros”.

En cuanto al Evangelio de hoy tenemos también otras enseñanzas muy concretas que nos llevan a profundizar por dónde va la perfección del amor que nos pide Jesús mismo.

No nos pide que tengamos un poder infinito como el de Dios todopoderoso. Tampoco nos pide estar como Dios en todas partes o poseer una sabiduría infinita. Es algo mucho más simple.

Frente al “ojo por ojo” que se decía según la ley del Talión, Jesús propone “si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra…”

Frente al “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo…” 

Jesús añade: Pero “yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”.

Está bien claro que no se trata de saludar, ayudar y hacer el bien sólo a los amigos sino (¡y es la gran diferencia!) también a los enemigos. 

Ahí está claro lo que nos pide Jesús hoy para que imitemos a su Padre. 

Imitemos a Dios que da el agua y el sol a buenos y malos porque para Él todos son sus hijos. 

Esto es lo que, según san Pablo (Rm 5,8), hizo Dios por nosotros: “nos mostró su amor en que siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”.

La muerte de Cristo es una manifestación inaudita del amor del Padre y del Hijo, que también san Pablo nos invita a meditar.

El salmo responsorial, por su parte, nos está recordando la misericordia infinita de Dios: “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”.

Y termina nuestro salmo (102) con estas bellísimas palabras: 

“Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

13 de febrero de 2014

VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

SI QUIERES, GUARDARÁS LOS MANDATOS DEL SEÑOR
Las enseñanzas de la liturgia continúan cada domingo.

Ya tuvimos las bienaventuranzas, hoy nos recuerda los mandamientos.

Es importante que tengamos presente que cumplirlos contra la propia libertad no serviría de nada.

Por eso Jesús también decía: “el que me ama guardará mis mandamientos”.

Hoy nos dice el Eclesiástico: 

“Si quieres guardarás los mandatos del Señor”.

En realidad, “el cumplir la voluntad del Señor es prudencia”, pero también podríamos añadir que es un buen negocio para quien la cumple:

“Ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida…”

Sabemos que hacer la voluntad del Señor nos santifica.

Esta divina voluntad la encontramos en los mandamientos de la ley de Dios y en las obligaciones que brotan de nuestro propio estado.

¿Dónde está esta ley del Señor?

El Vaticano II enseña que está en la intimidad de la conciencia: “porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente…”

También se encuentra esa ley en el Decálogo que resume las obligaciones con Dios y con el prójimo.

El Decálogo fue dado a Moisés. Es ley del Antiguo Testamento, sin embargo, obliga también hoy. Lo dice Jesús:

“No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud”.

Y todavía añade Jesús para darle más fuerza: “Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley”.

Pero eso sí, Jesús nos lleva a una profundidad y perfección mucho mayor que la exigida en el Antiguo Testamento, como veremos después.

El salmo responsorial es el 118. 

En él repetiremos “Dichoso el que camina en la voluntad del Señor”.

Se trata del salmo más largo del salterio que tiene 22 estrofas, cada una de las cuales comienza con una letra del alfabeto hebreo (que se llama alefato), cada estrofa tiene ocho versos, todos los cuales comienzan con la misma letra de la estrofa correspondiente.

Es toda una meditación sapiencial que indica el gran amor del hagiógrafo a la ley de Dios.

En ese largo salmo encontramos todas las alabanzas a la ley que, por lo demás, recibe ocho nombres diferentes.

En el cumplimiento de la ley está la perfección y la felicidad.

Por lo demás sabemos que haciendo la voluntad de Dios llegaremos a la perfección que nos pedirá el Evangelio del próximo domingo: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

San Pablo hace referencia a la misma sabiduría de Dios de la que nos ha hablado el Eclesiástico y nos advierte que “ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues si la hubiesen conocido nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria”.

La bondad de Dios, por medio del Espíritu Santo, es la que nos revela los secretos de Dios.

Esta misma idea nos la recalca el verso aleluyático: “Bendito seas Padre, Señor de cielo y tierra porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla”.

En el sermón de las montañas tenemos una serie de explicaciones y enseñanzas de Jesús. 

Es importante sobre todo tener en cuenta lo que hemos dicho antes: Jesús no viene a quitar la ley sino a llevarla a una perfección mayor con una serie de detalles que será bueno que cada uno meditemos en los capítulos 5, 6 y 7 de san Mateo.

Hablando de “no matar” Jesús completa “todo el que esté peleado con su hermano será procesado…”

Nos advierte también que la caridad es más importante que nuestras ofrendas para el culto:

“Si cuando vas a poner tu ofrenda en el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti… vete primero a reconciliarte con tu hermano…”

Refiriéndose al adulterio Jesús completa “el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior”.

También habla del mandamiento “no jurarás en falso”. Jesús completa: “A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del maligno”.

Recordemos, para terminar, la respuesta de Jesús al que le preguntó “¿qué he de hacer yo para conseguir la vida eterna?

Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

6 de febrero de 2014

V Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A

CÓMO CUIDAS LA LUZ DE DIOS
La liturgia nos ha enseñado en domingos anteriores cómo es Jesús.

Nos ha presentado cómo el Redentor es la luz del mundo.

Él es quien ilumina a los suyos en la tierra y será también la luz que colma de felicidad a cuantos viven en la Gloria. 

Jesucristo vino a contagiarnos con esa luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

Se fue. Pero ha quedado invisible dentro de nosotros y quiere que ahora sean los discípulos quienes hagamos crecer la luz.

El verso aleluyático de hoy nos repite esta definición que Jesús dio de sí mismo: 

“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz de la vida”.

Examinemos el Evangelio que nos dice cómo deben ser los que siguen al Maestro:

La primera comparación es sobre la sal.

Sabemos muy bien que la necesitamos y que los alimentos que no tienen sal son insípidos.

Algo así debe ser el cristiano en la sociedad.

También hoy hace falta esta sal al mundo insípido que nos quieren presentar. Por ejemplo, sabemos que hoy Iglesia es humillada por parte de instituciones que deberían respetarse a sí misma, ser objetivas y no mentir o manipular la verdad descaradamente.

En la Iglesia ha habido personas, y ahora en concreto se trata de sacerdotes, que han cometido el delito de pedofilia, pero esas instituciones hipócritas que denigran a la Iglesia conocen las estadísticas de este flagelo que existe en el mundo y saben muy bien que la Iglesia es, con mucho, la institución que tiene menos casos. No nos dejemos chantajear, más bien demos gracias a Dios por dos cosas: porque la Iglesia es la que tiene menos casos de estos y porque es valiente para purificarse incluso públicamente.

Después el Evangelio nos habla de la imagen de la luz.
“Vosotros sois la luz del mundo”. 

Es la herencia que nos dejó Jesucristo, como hemos dicho al comienzo.

Caminar sin luz es muy doloroso y también muy peligroso.

Como una manifestación de esto Jesús nos hace esta comparación: “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte” por cierto que esta cita me gusta mucho porque me recuerda una preciosa mansión que había sobre una colina cerca de nuestra casa. Se veía por todas partes.

Algo así quiere Jesús que sea todo cristiano.

El otro día subió al ómnibus un joven que dijo ser mormón y comenzó a insultar a la Iglesia católica y al Papa.

Todos callaban hasta que una ancianita protestó contra todos aquellos insultos, defendiendo a la Iglesia, al Papa Francisco y protestando por los ultrajes.

Ella estaba con la lámpara sobre el candelero. Los demás, que sin duda la mayoría eran católicos, tenían la luz bajo el celemín.

Es la vergüenza de los cristianos que el Papa Francisco fustigó cuando nos pidió evitar los complejos de inferioridad que son fruto, en parte de nuestra propia debilidad y en parte porque no conocemos la realidad de la Iglesia hoy.

Jesús nos pide: “Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”.

Esto también es muy importante para nosotros.

Hay que hacer las obras buenas con ilusión pero no por orgullo ni por vanidad para que nos adule la gente, sino para que glorifiquen al Padre Dios al ver que los suyos actúan así.

Pero, ¿qué obras buenas son esas?

El Papa Francisco nos enseña:

"¡Miren que el amor del que habla Juan no es el amor de las telenovelas! No, es otra cosa. El amor cristiano tiene siempre una cualidad: la concreción. El amor cristiano es concreto”.

Esta concreción se funda sobre dos criterios: Primer criterio: amar con las obras, no con las palabras. ¡Las palabras se las llevó el viento! Hoy están, mañana no están.

Segundo criterio de concreción es: en el amor es más importante el dar que el recibir”.

El profeta Isaías nos lo dice de esta manera:

“Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo y no te cierres a tu propia carne. Esto romperá tu luz como la aurora… entonces clamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te responderá, gritarás y te dirá aquí estoy. Cuando destierres de ti la opresión… brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.

Así nos convertiremos en hijos de la luz como nos ha pedido Jesucristo.

El salmo responsorial (111) nos invita a repetir la misma enseñanza del Evangelio: 

“El justo brilla en las tinieblas como una luz… dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos… su corazón está seguro, sin temor. 

Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta y alzará la frente con dignidad”.

Por su parte san Pablo, nos habla de cómo este evangelizar, es decir iluminar en nombre de Jesucristo, debe ir acompañado de profunda humildad, con una especie de debilidad y santo temor.

Así lo hizo él “cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo y éste crucificado”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo